En el invierno de 1930, una bien preparada selección chilena enfiló hacia el Río de la Plata para disputar un torneo inédito para la época, el campeonato mundial de fútbol, que se disputaría en canchas uruguayas y que significaba una gran oportunidad, porque permitiría enfrentar, por ejemplo, a rivales europeos. Los “Cóndores Blancos” como se llamaba al equipo chileno, por esos años, compartía el grupo uno con México, Francia y Argentina, donde éstos dos últimos aparecían como los favoritos para seguir avanzando. El primer duelo de Chile sería precisamente con los aztecas, escuadra de la que no se tenía mayor referencia, pero que se preveía como ganable, para el equipo. nacional, dirigido por el húngaro Jorge Orth.
El esperado encuentro del debut tuvo lugar el miércoles 16 de julio, en el Estadio Parque Central, al que llegaron cerca de 500 personas (ese histórico día fallecía -en Chile- el ex presidente Juan Luis Sanfuentes). Chile formó con Roberto Cortés, en la valla; Ulises Poirier y Víctor Morales, en la zaga; Humberto Elgueta, Guillermo Saavedra y Arturo Torres, en el medio terreno; Carlos Schneeberger y Tomás Ojeda, por las bandas; y Carlos Vidal, Eberando Villalobos y Guillermo Subiabre, en ofensiva.
Apenas sonó el pito arbitral la escuadra nacional se fue con todo hacia el arco mexicano y la actitud rindió inmediatamente sus frutos, ya que a los tres minutos Carlos “Zorro” Vidal culminó una vistosa jugada colectiva entre Ojeda, Rozas, Subiabre y Villalobos. Y minutos más tarde, Subiabre casi anotó el segundo al estrellar el balón en el travesaño. El ataque chileno no se detuvo, ya que a los 16 Subiabre disparó y su tiro fue controlado por el portero mexicano Isidoro Sota, en gran acción.
Los norteamericanos poco a poco despertaron de su letargo y tras un córner, Amezcua tiró y su disparo rebotó en el horizontal de Cortes. Y poco después, un remate de Carreño obligó a una vistosa puñeteada del portero nacional. Eran minutos complejos para Chile, porque cedió el control de la pelota, aunque ello no impidió que Subiabre y Vidal armaran una gran ocasión. al final de la primera etapa, en la que lamentablemente terminaron estorbándose. Así las cosas, vino muy bien el término del primer tiempo, ya que era necesario que el DT Orth ordenara las ideas, reforzara la motivación y corrigiera algunas licencias defensivas.
Recién iniciada la segunda fracción, a los seis minutos, Guillermo Saavedra despejó un ataque azteca y la cedió larga a Subiabre, quien burló a dos rivales y se le pasó a Villalobos, el que disparó al ángulo derecho del arco defendido por el meta Isidoro Sota. Instintivamente el defensa rival Manuel Rozas trató, de manera desesperada, interrumpir el tiro, con tan mala suerte que rozó el balón con su cabeza introduciéndola mansamente en la propia portería. Rozas quedaría inmortalizado esa tarde al marcar el primer autogol en la historia de los mundiales.
El segundo gol fue un duro golpe para los mexicanos, que desde ahí tendieron al descontrol y al juego brusco, lo que facilitó las acciones para los chilenos, quienes persistieron, pero con intentos poco efectivos. Eso cambió a los 20 minutos cuando Guillermo Saavedra, la figura del partido, avanzó como 30 metros con pelota dominada, para luego cederla a Tomás Ojeda, quien rápidamente habilitó a Subiabre. Y el “Chato”, como venía, plantó un fuerte derechazo, que afortunadamente rebotó en Rozas y le quedó servida a Vidal, quien sólo tuvo que pegarle fuerte para anotar su segundo gol y el tercero para la selección. Tras la tercera diana de Chile sólo hubo una que otra escaramuza, lo más relevante fue un derechazo de Vidal que se fue fuera rozando un poste. Y casi al final del duelo, el defensa chileno, Víctor Morales, sufrió una suerte de desmayo que lo obligó a salir de la cancha, por lo que el equipo blanco termino los 90 con 10 jugadores.
Cuando sonó el pitazo final La alegría y emoción de los jugadores y de un puñado de chilenos en las tribunas era indescriptible, ya que el equipo, pese a no jugar un buen partido, se llevaba un victoria merecida y estimulante que quedaría enmarcado, con broches de oro, en la historia del fútbol chileno. HDF/jma


