El “Ballet azul” y su década inolvidable

Ya era de noche ese 11 de noviembre de 1959, en el Estadio Nacional, cuando el árbitro argentino José Luis Pradaude dio por terminado el infartante partido de definición, entre la Universidad de Chile y Colo Colo, por el título de ese año. Los azules habían conquistado su segunda estrella, en un emocionante encuentro, ganado dos por uno, y muy condimentado por el golazo del joven Leonel Sánchez, que sorprendió, con un un bombazo -desde casi 40 metros- al meta colocolino Misel Escutti (quien luego sería bautizado como el “Ciego”). Esa jornada histórica para los universitarios, quedaría en la memoria, no sólo por la corona y el inicio oficial de la clásica rivalidad entre ambos elencos, sino también porque marcó el comienzo de la gran época dorada de la U y su inolvidable equipo, el “Ballet Azul”, que llenó de calidad, espectáculo y emoción las canchas chilenas.

Pero el origen del “Ballet” parte en 1949, cuando el ex jugador Luis Álamos comenzó a desarrollar, en las divisiones inferiores de la U, un proyecto, apoyado por la dirigencia, que buscaba posicionar al club como una institución deportiva con rol social, y que pretendía desarrollar integralmente a sus jugadores. La idea no era sólo comercializar futbolistas, sino brindarles apoyo, social, médico y económico. El trabajo, que fue silencioso y efectivo, tuvo una segunda fecha clave, 1956, año en que el “Zorro” Álamos, se hace cargo del primer equipo, dándole un impulso decisivo a una nueva filosofía de juego. Eso se ya notaba en 1957, cuando los frutos comenzaron a cosecharse y el título anduvo cerca. Lo bueno es que, a esa altura, ya se contaba con una base de jóvenes con promisorio futuro, en el corto plazo. Entre ellos se incluían nombres como Eyzaguirre, Navarro, Lepe, Contreras, Sepúlveda, Campos, Sánchez, Vásquez, Olivares, Villanueva, Mori y Donoso.  

La consolidación del proyecto parte con el título del 59 y continúa a lo largo de todos los años 60. Son seis estrellas, siempre muy disputadas, casi siempre con Universidad Católica, que se da en uno de los mejores contextos históricos del fútbol chileno (coincide con el tercer lugar histórico de la Roja en el Mundial 62, de cuyo plantel la U fue la base). En ese año de la copa del mundo, la tercera corona se obtiene en partido de definición con la UC, a la que dos años más tarde se vuelve a dejar en segundo lugar, con nueve puntos de diferencia. El 65 son seis los puntos que los separan de los cruzados, mientras que en 1967 sólo dos, ya con Scopelli, en la banca. La última función del “Ballet” llega en 1969, cuando la U gana la liguilla final y le saca dos puntos de ventaja a Rangers de Talca, bajo la conducción de Ulises Ramos. 
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La gracia del histórico cuadro azul era, por sobre todo, la sincronización que exhibía en todas sus líneas (de ahí el apodo “ballet”), producto del conocimiento acabado que había entre los jugadores. Eso los hacía superiores a todo el resto y los llevó a transformarse en una verdadera máquina potente y efectiva, que deslumbraba por su toque y las jugadas pre armadas. Además, otra de sus inigualables virtudes es que supo ajustar las piezas cuando la circunstancia lo ameritaba. Así el equipo se reinventó varias veces en el éxito, que lo hizo perpetuarse por toda una década.

En materia de jugadores, la escuadra universitaria tuvo un plantel muy completo y siempre rico en talento y despliegue. Dos excelentes arqueros como Manuel Astorga y Adolfo Nef; eficaces defensores como Sergio Navarro, Luis Eyzaguirre, Juan Rodríguez y Alberto Quintano; luchadores como Rubén Marcos; un cerebro, como Braulio Musso; y hombres desequilibrantes como Ernesto Álvarez, Pedro Araya, Carlos Campos y Leonel Sánchez. 

En suma, un cuadro que marcó toda una época y que fue la fiel expresión de una de las generaciones más importantes en la historia de nuestro fútbol. /HDF